México ante la diplomacia vaticana

El México recién independizado, surgido bajo la sombra de una fuerte intolerancia religiosa que no logró ser sacudida por el federalismo, ni por el intento de establecer una democracia parlamentaria, tropezó con un grave problema: el patronato de que gozaba la Corona de España obligaba a que el nombramiento de personas para ocupar los altos cargos eclesiásticos se hiciera por recomendación de la Corte de Madrid. La Santa Sede, ansiosa de ejercer su primado sobre la Iglesia mexicana, se vio en una disyuntiva. Intervenir significaba arriesgarse a las consecuencias del desagrado que esto causaría a España y a la Santa Alianza, porque era reconocer implícitamente la caducidad del patronato español. La otra opción consistía en abandonar a su propia suerte a la Iglesia mexicana, y con ello propiciar su alejamiento. De manera que maniobró con cautela para no quedar aislada de México y del resto de la América española independiente. Al mismo tiempo, los gobiernos de América trataron de obtener el reconocimiento pontificio de su independencia y de la caducidad del patronato real. Enviaron a Roma a sus agentes, entre los cuales estuvo el diplomático mexicano Francisco Pablo Vázquez, luego obispo de Puebla. En este libro se presenta, con imparcialidad, la situación de la Santa Sede, la de España, las relaciones entre ambas, la de México, la misión de Vázquez que culminó con el desconocimiento del patronato real, y los acontecimientos que condujeron al reconocimiento de la independencia de México por parte de la Santa Sede, a fines de 1836.